Dejé mi recuerdo impreso
con efectos de traición lumínica,
cegadora, insospechada.
Coloqué mi ausencia en la silla,
y de ahí no volvió a levantarse,
cumpliendo con la promesa de fidelidad eterna
que delegué en su persona.
No quise despedirme,
y a menudo me tropiezo
con la versión abominable
que de mí anda suelta.
Conmigo quedarán para siempre
las lágrimas rituales del adiós,
mientras empapan el despotismo cobarde
contenido en un silencio.
Las razones que no di
y tu plan de salvamento,
siguen ensayando su diálogo
atrapados en una vigilia.