Artículo publicado en Novemagazine
Desde hace varios años Pixar viene anunciando ‘Buscando a Dory’, una secuela dedicada al pececillo que más simpatías despertó en la exitosa ‘Buscando a Nemo’ (2003). La película se ha hecho esperar, pero esta vez la estrategia promocional (como sucede con otras superproducciones) ha vuelto a generar demasiadas expectativas respecto a la realidad del producto.
Una de las pocas cosas valiosas que pueden extraerse de este filme (exasperante en ocasiones) es su historia principal: unos padres que sufren por la enfermedad de su hija y se preguntan cómo se las apañará cuando ellos no estén. Desde una perspectiva positiva y bastante entusiasta, ‘Buscando a Dory’ propone a estos padres angustiados que “sigan nadando” sin preocuparse excesivamente, ya que, más o menos, todos tenemos insertados el chip de la supervivencia. Sin embargo, las escenas de acción, los continuos flashbacks y las idénticas soluciones a las distintas dificultades que surgen al paso, hacen que la película resulte infinitamente redundante. La gracia de Dory, su don para hacer reír desde la ingenuidad y su pequeño problema de memoria a corto plazo, llega a ser exasperante dada la explotación desmesurada del recurso. Parece que sus guionistas se han contagiado del “mal de Dory”, y diez páginas después no recuerdan qué habían escrito en la secuencia anterior.
En su conjunto, ‘Buscando a Dory’ naufraga por el peso de algunas escenas que debieron eliminarse o transformarse. Aunque cabe destacar la bendita aparición de nuevos personajes refrescantes: dos leones marinos (y un tercero destronado), o una ballena beluga hipocondriaca, que aportarán un poco de oxígeno en esta frenética persecución a ninguna parte.