Artículo publicado en Novemagazine
De entre los muchos poderes que tiene el cine (al igual que otras disciplinas artísticas), se encuentra uno de los más temidos por la tiranía y la hipocresía mundial: derribar muros, diluir esas fronteras que parecen no existir y con las que a menudo nos golpeamos. La risa es uno de los elementos más potentes para ello, bien lo sabe el director y actor principal, Kheiron, que además es un famoso cómico y monologuista en Francia. Desde el comienzo, O los tres o ninguno sorprende por su ligereza a la hora de relatar una historia que, de antemano, puede parecer dramática. A través de una voz en off y de la manera en que lo haría Jean-Pierre Jeunet en Amelie, Kheiron narra la infancia de su padre y de sus tíos cuando vivían en Irán. Ese es otro de los encantos de esta película: el director interpreta el papel de quien en realidad fue su padre, un abogado que luchó contra la dictadura del Shad y se escondió del fundamentalismo islámico de Jomeini, hasta que de forma clandestina escapó del país con su mujer. En la vida real, él era el bebé que lleva la documentación en los pañales cuando se produce uno de los puntos más tensos de la película. Un largometraje que alterna momentos trágicos y cómicos sin hacer diferenciación, pues Kheiron pasa de la conmoción a la risa en apenas unos segundos, lo que dota de buen ritmo a la historia; aunque en un principio el tono sarcástico pueda descolocar al espectador (por ejemplo, cuando el protagonista es torturado en la cárcel).
De forma optimista, el director comparte el testimonio personal de su familia, que sirve como ejemplo de integración, convivencia y tolerancia, justo ahora que Europa atraviesa una catastrófica crisis migratoria y de valores humanos. O los tres o ninguno se convierte por ello en una película fundamental, en un arma contra la islamofobia y el rechazo, que nace de una vivencia particular hasta poner el foco en una situación mundial con tendencia a repetirse.