Hablemos de palabras: de lo que intentan decir y de lo que finalmente dicen. De significante y significado, de representación mental. De concepto. Una palabra conduce a un significado. Y el significado hace, no solo dice. Más allá de la llamada a la acción, la palabra tiene innumerables efectos. Corroe, por ejemplo. Sobre todo, cuando se utiliza para manipular o anular ciertas imágenes y vivencias sufridas en primera persona. Para suavizar, para dar sentido a lo que por lógica resulta incoherente.
“Por imperativo, abstención” suena ridículo, penoso, y busca la comprensión (dificilísima) por parte de quienes han soportado situaciones imperiosas durante los últimos años. Para mí, “por imperativo” no justifica absolutamente nada. Me habla de otras cosas: de autoritarismo, de extorsión, de un panorama político tan grave y amenazador como una pistola en la sien.
Dicen no olvidar qué representan, pero ignoran por quiénes hablan. Y piden el poder a cambio de la paz: sacrifican la libertad de expresión por la que Blas de Otero y otros muchos fueron censurados, encarcelados o asesinados. Sacrifican la palabra (su palabra) personalísima por un lado; y representativa de quienes les han confiado su voz. Se pronuncian y finalmente son ellos quienes otorgan más fuerza a la misma mano negra que (dicen) les aprieta.